El Rosario de la Virgen María, difundido gradualmente en el segundo Milenio bajo el soplo del Espíritu de Dios, es una oración apreciada por numerosos Santos y fomentada por el Magisterio de la Iglesia. En su sencillez y profundidad, sigue siendo una oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad. Se encuadra bien en el camino espiritual de un cristianismo que, después de dos mil años, no ha perdido nada de la novedad de los orígenes, y se siente empujado por el Espíritu de Dios a «remar mar adentro», para anunciar, más aún, ‘proclamar’ a Cristo al mundo como Señor y Salvador, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6), el «fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización». El Rosario, en efecto, aunque se distingue por su carácter mariano, es una oración centrada en la cristología. En la sobriedad de sus partes, concentra en sí la profundidad de todo el mensaje evangélico, del cual es como un compendio. En él resuena la oración de María, su perenne Magnificat por la obra de la Encarnación redentora en su seno virginal. Con él, el pueblo cristiano aprende de María a contemplar la belleza del rostro de Cristo y a experimentar la profundidad de su amor. Mediante el Rosario, el creyente obtiene abundantes gracias, como recibiéndolas de las mismas manos de la Madre del Redentor.
(Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 2002)
PRIMER MISTERIO: 'La Encarnación del Hijo de Dios'
Meditación: Durante este misterio, medita: “alégrate, el Señor está contigo”. Dios está increíblemente cerca de ti, a tu lado, no te abandona jamás. Y te invita hoy a acoger su gracia, su gozo, su alegría y llevarla a los demás.
SEGUNDO MISTERIO: 'La Visitación de nuestra Señora a su prima Isabel'
«María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!» (Lc 1, 39-42)
Meditación: Durante este misterio, medita: “Se puso en camino”. No te quedes parado, ponte tú también en camino hacia Dios y hacia los hermanos, especialmente los que más necesitan de ti.
TERCER MISTERIO: 'El nacimiento del Hijo de Dios'
«José subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para empadronarse con su esposa María, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre» (Lc 2, 4-7)
Meditación: Durante este misterio, medita sobre el maravilloso amor de Dios por ti, que le ha llevado a la locura de hacerse uno como tú, pequeño, vulnerable, para que le sientas más fuerte su cercanía, su ternura y su amor.
CUARTO MISTERIO: 'La presentación de Jesús en el Templo'
«Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. Cuando se cumplieron los días de su purificación, según la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor» (Lc 2, 21-22)
Meditación: Durante este misterio, medita: “lo llevaron para presentarlo al Señor”. Preséntate tú también ante el Señor y dile en lo más hondo de tu corazón: aquí estoy, Señor, para ser testigo tuyo, para hacer tu voluntad.
QUINTO MISTERIO: 'El Niño Jesús perdido y hallado en el Templo'
«Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por la fiesta de la Pascua. Cuando cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén. Al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén buscándolo. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas» (Lc 2, 41-47)
Meditación: Durante este misterio, medita: tú también, en ocasiones, te has perdido, y te has alejado de Dios. Él nunca te ha dado por perdido: te ha buscado y encontrado. Dale gracias por su amor y no te sueltes nunca de su mano.