
Evangelio del día 7 abril 2025 (Yo soy la luz del mundo)
Evangelio y Reflexión
EVANGELIO
Lunes de la 5ª Semana de Cuaresma
(Juan 8, 12-20)
En aquel tiempo, Jesús habló a los fariseos, diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida». Le dijeron los fariseos: «Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero». Jesús les contestó: «Aunque yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y adónde voy; en cambio, vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy.
«Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre».
Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y, si juzgo yo, mi juicio es legítimo, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado, el Padre; y en vuestra ley está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero. Yo doy testimonio de mí mismo, y además da testimonio de mí el que me ha enviado, el Padre». Ellos le preguntaban: «¿Dónde está tu Padre?». Jesús contestó: «Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre». Jesús tuvo esta conversación junto al arca de las ofrendas, cuando enseñaba en el templo. Y nadie le echó mano, porque todavía no había llegado su hora.
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
En el evangelio de hoy, Jesús se proclama la luz del mundo, la luz de la vida, luz de todos los hombres, vida abundante y verdadera. Sigue de cerca a Jesús, vive en él y verás tu vida llena de su paz y de su alegría abundantes.
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Juan, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, el evangelio de hoy sitúa a Jesús en Jerusalén en el contexto de la fiesta de las Tiendas o de los tabernáculos (llamada en hebreo Sucot), una de las fiestas más solemnes de los judíos. Esta fiesta recordaba el peregrinaje del pueblo de Israel por el desierto durante cuarenta años. Y en esta fiesta se encendían en el templo cuatro candelabros de oro de 25 metros de altura, que podían ser contemplados desde cualquier punto de la ciudad. Estos candelabros querían ser un signo de lo que nos dice el capítulo 13 del libro del Éxodo: que el Señor caminaba delante de los israelitas de día, en una columna de nubes, para guiarlos por el camino; y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos. Pues bien, en este ambiente de luz y de fuego, Jesús exclama ante los fariseos: “Yo soy la luz del mundo”. Jesús está diciendo así que la verdadera luz es él. También está diciendo algo más: que él es el Mesías. En estos términos lo había anunciado ya el profeta Zacarías, diciendo que el día del Señor al anochecer habría una luz espléndida. También el profeta Isaías había dicho que el Mesías sería “luz de las naciones”. Y así lo expresa el anciano Simeón en el evangelio de Lucas cuando dice: “Mis ojos han visto a tu Salvador, luz para alumbrar a las naciones”. Jesús es, por tanto, el Mesías, el enviado de Dios. Y él es la luz. Quien se acerca a él, quien se adhiere a él, quien le sigue de cerca, ve su vida iluminada y llena de sentido, de paz, de vida eterna, que ya puede experimentar, y deja de caminar en las tinieblas del sinsentido, la mentira, el egoísmo, la tristeza y la muerte. Y algo más, Jesús, en un ambiente festivo como la fiesta de las Tiendas, donde había alegría y danzas, está diciendo que la verdadera luz y vida es él, pero también la verdadera alegría; que en él reside la verdadera fiesta, la danza, la ilusión, el entusiasmo.
Pregúntate: ¿tu fe, tu vida junto a Cristo, llena de luz y alegría tu vida? ¿O caminas aún en las tinieblas del egoísmo, la tristeza y la desesperanza?
En segundo lugar, los fariseos reprochan a Jesús: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero«. La ley judía prescribía que, para que un testimonio fuera válido, debía ser dado por dos personas. Jesús insiste en que su testimonio es verdadero porque está avalado por Dios, su Padre. El testimonio de Jesús es verdadero porque él viene de Dios, él es el enviado, el Mesías. No habla de sí mismo y por sí mismo, sino de su Padre Dios, y haciendo su voluntad, realizando sus obras. Los fariseos no quieren aceptar a Jesús y, por tanto, permanecen en tinieblas. Les falta el Espíritu de Dios que lleva a la persona a mirar más allá. Y así se lo reprocha Jesús, que solo saben “juzgar según la carne«, es decir, según las apariencias, solo con criterios humanos. Quien no entra en esa Vida, quien no vive según el Espíritu y solo juzga según lo terreno, no puede reconocer a Dios actuando en Jesús.
Pregúntate tú ahora: ¿cómo miras el mundo y lo que te rodea, tu vida, tu historia? ¿Con criterios puramente humanos y terrenos, que hacen que percibas todo como un caos y un sinsentido, o según el Espíritu, según Dios, que hace que todo se llene de luz y reconozcas la mano del Señor en todo?
En tercer lugar, Jesús dice a los fariseos una frase estremecedora: «Ni me conocéis a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre«. Unos capítulos más adelante lo dirá Jesús de manera aún más nítida: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Cerrarse, por tanto, a aceptar a Jesús es cerrar la puerta a conocer a Dios, que se nos da a conocer en él. Y no es un conocimiento teórico, mental, sino un conocimiento desde el corazón, un conocimiento de vida. Conocer a Dios en Jesús es entrar en comunión con él, amar a Dios y dejarse amar por él. En Jesús no solo hemos conocido el rostro de Dios, sino que hemos encontrado su amor y nos hemos dejado amar por él. Y ésta es la fuente de la vida verdadera. Sin esta relación, sin amar a Dios, sin dejarnos amar por él, nuestra vida está hueca, vacía, no tiene horizontes ni futuro, es una vida en tinieblas.
Pregúntate: ¿tienes tú un trato familiar con Jesús y con este Dios Padre bueno? ¿Le amas y te dejas amar por él?
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a unirte más y más a Jesús, a dejar que él ilumine tu vida y la llene de sentido, de paz y de esperanza, y que, con su gracia, cualquier oscuridad de tu vida quede disipada.
ORACIÓN
Señor Jesús, tú eres la luz del mundo, la luz de mi vida. Sin ti me siento perdido, me veo caminando en tinieblas. No me sueltes de la mano. Guíame. Quiéreme. Dame tu Espíritu, para que te conozca más y más, y ame y sirva contigo más y más a mis hermanos.