Evangelio del día 9 agosto 2025 (Si tuvierais fe, nada os sería imposible)

Sábado de la 18ª Semana del Tiempo Ordinario

EVANGELIO (Mateo 17, 14-19)

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que, de rodillas, le dijo: «Señor, ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho: muchas veces se cae en el fuego o en el agua. Se lo he traído a tus discípulos y no han sido capaces de curarlo». Jesús tomó la palabra y dijo: «¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros, hasta cuándo tendré que soportaros? Traédmelo». Jesús increpó al demonio y salió; en aquel momento se curó el niño. Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron aparte: «¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?».

«Si tuvierais fe, nada os sería imposible».

Les contestó: «Por vuestra poca fe. En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría. Nada os sería imposible».

 

REFLEXIÓN

INTRODUCCIÓN

El evangelio de hoy nos presenta un nuevo milagro del Señor. Un padre desesperado ha llevado a su hijo gravemente enfermo a los discípulos de Jesús. Pero han sido incapaces de sanarlo. Jesús se indignará con ellos y les dirigirá durísimas palabras. Si no han podido realizar los mismos prodigios de Jesús es porque les falta fe.

REFLEXIÓN Y PREGUNTAS

A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:

En primer lugar, el evangelio nos presenta a un hombre desesperado, con un hijo gravemente enfermo. Se acerca a los discípulos de Jesús para que obren una sanación. Pero, finalmente, el hombre, suplicante, tiene que acudir a Jesús, después de que ellos hayan sido incapaces de sanarlo. Lo primero que llama la atención es el contraste entre la fe de este pobre hombre y la terquedad de los discípulos. El hombre se postra ante Jesús, de rodillas lo confiesa como Señor, comparte con él con toda transparencia cuánto están sufriendo él y su hijo, y le suplica con confianza que tenga compasión. Los discípulos, por su parte, aparecen siempre en el evangelio con una dificultad enorme para comprender a Jesús, andan por los caminos discutiendo quién es el más importante, incluso solicitan al Señor los primeros puestos en un supuesto reino terreno que ellos esperaban. Tan duro es este contraste, y tan grande la cerrazón de los discípulos, que Jesús se indigna con ellos y les dirige, no a escribas y fariseos en esta ocasión, sino a sus propios discípulos, a los que él escogió, unas durísimas palabras: “¡Generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo tendré que soportaros?”. Y entonces Jesús, el Hijo de Dios, que vive en una intimidad total con el Padre, que se compadece siempre del sufrimiento humano y que está lleno de misericordia y de poder, manda traer al niño, increpa al demonio, sale de él y el niño queda sanado.

Párate un momento: ¿vives tú centrado como Jesús en consolar y sanar a los que sufren, o te pierdes, como los discípulos, en otras cuestiones que nada tienen que ver con el evangelio?

En segundo lugar, vemos cómo los discípulos se muestran sorprendidos por la sanación inmediata que obra Jesús. Ellos no han sido capaces de hacerlo. Por eso se acercan a Jesús y le preguntan aparte: “¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?”. Ya Jesús, en esas palabras tan duras (“¡Generación incrédula!”), les había adelantado la razón, pero ahora lo expresará con toda nitidez: “Por vuestra poca fe”. Quizá los discípulos pensaban que con una fórmula o un ritual podían obrar milagros; o que haber sido elegidos por Jesús les daba sin más ese mismo poder de sanar. Pero Jesús les hará entender que no y dirige su mirada a lo vital: los milagros son posibles por la fe. Y ellos, está claro, aún no tienen fe; o, al menos, tienen una fe realmente pobre. No confían en el poder de Dios, no confían en que este Dios tiene un corazón tan grande, es tan compasivo y misericordioso, que no puede negar la sanación a un padre desesperado, a un niño que sufre. El problema, por tanto, de estos discípulos, no es de poder o de saber, sino de amar y confiar. En definitiva, quien ama, quien confía, quien se fía de Dios, ve sus milagros.

¿Te fías realmente de Dios? ¿Reconoces los milagros que él obra en ti?

En tercer lugar, esta falta de fe de los discípulos sirve a Jesús para instruirles: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquel monte: ‘Trasládate desde ahí hasta aquí’, y se trasladaría”. Jesús utiliza un recurso gráfico, en realidad una gran exageración (decirle a un monte que se traslade de un lugar a otro), para hacer hincapié en el poder de la fe y, además, asociado a una fe pequeñísima, una fe como un grano de mostaza, la más pequeña de las semillas. Si una fe tan pequeña es capaz de obrar milagros tan grandes, ¿qué podría hacer  una gran fe? Jesús concluye: “Nada os sería imposible”. La fe es ciertamente un don, un regalo de Dios, pero es también una tarea. Esta fe que has recibido de Dios, debes cuidarla y hacerla crecer en tu trato frecuente con él en la oración, en la eucaristía, en la vida de comunidad, en el servicio a los hermanos. Si esta fe la haces crecer y madurar, se convertirá para ti en luz capaz de iluminarlo todo, hasta la oscuridad más grande; se hará fuerza incluso en tu mayor debilidad, se hará esperanza incluso en los momentos de mayor desesperanza. Puedes ver, por tanto, cómo en estas palabras de Jesús hay en realidad una promesa: “Si tienes fe, todo será posible para ti”. Obviamente para lo bueno: para ser testigo, para entregarte, para amar sin medida.

Pregúntate: ¿cómo es tu fe? ¿Crees en este increíble poder de la fe?

CONCLUSIÓN

Pues que este evangelio te lleve a cuidar con esmero tu fe, a ganar en confianza en Dios, en su amor y en su misericordia. Y que también te ayude a abrir los ojos para que puedas reconocer los milagros que él ha obrado y seguirá obrando en tu vida.

ORACIÓN

Señor Jesús, mi fe es muy débil. Pero confío en ti, confío en tu poder. Hoy te pido que ayudes a mi falta de fe. Que no tengas nunca que reprocharme mi incredulidad. Y que yo, siguiéndote de cerca, sea cauce de tu poder, de tus milagros, de tu amor.

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