Evangelio del día 12 agosto 2025 (Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino)
Martes de la 19ª Semana del Tiempo Ordinario
EVANGELIO (Mateo 18, 1-5.10.12-14)
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?». Él llamó a un niño, lo puso en medio y dijo: «En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Por tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el reino de los cielos. El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial.
«El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí. Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños».
¿Qué os parece? Suponed que un hombre tiene cien ovejas: si una se le pierde, ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida? Y si la encuentra, en verdad os digo que se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Igualmente, no es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños.
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
En el evangelio de hoy, Jesús pone ante nuestros ojos a un niño como expresión máxima de lo que han de ser sus seguidores, aquellos que quieran ser grandes en el reino de los cielos. Si en el mundo los mayores son los exitosos, los poderosos, los influyentes, en el reino de los cielos lo serán aquellos más sencillos, humildes, servidores, incluso últimos y despreciados.
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, el evangelio de hoy arranca con una pregunta de los discípulos: “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”. Se trata de una pregunta que les inquietaba especialmente. En otros textos hemos visto a los discípulos discutiendo quién entre ellos era el más importante, o deseando primeros puestos en ese reino político que soñaban ellos que Jesús traería. Jesús podría haber respondido a su pregunta con un “los mayores en el reino de Dios son los puros, los perfectos, los poderosos, los ricos, los que a ojos de todos parecen bendecidos”. Pero no. Jesús siempre sorprende con sus respuestas, y lleva a cabo un gesto más gráfico que cualquier palabra. Nos dice el evangelio de hoy que Jesús llamó a un niño y lo puso en medio y añadió: “En verdad os digo que, si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos; el que se haga pequeño como este niño, ése es el más grande en el reino de los cielos”. Los expertos explican que no se trata únicamente de un niño, sino de un pequeño, es decir, un sencillo, un esclavo o servidor, una persona despreciada por todos en ese tiempo. Por eso, Jesús no está hablando solo de niños, de infantes, sino de aquellos considerados últimos y despreciables. Ya se trate de un niño o de un pequeño esclavo o servidor, Jesús está apuntando, no tanto a la candidez o a la inocencia de los niños, sino a aquellos sencillos, humildes, últimos, como herederos de su reino, como los mayores en el reino de los cielos. Por tanto, cuando te sepas pobre, necesitado de Dios, último, es entonces cuando sentirás que Dios habita en ti, te levanta, te fortalece y te hace realmente grande. En otros lugares, Jesús continuará con esta idea: “El que se humilla, será enaltecido… Muchos últimos serán primeros… El que quiera ser primero sea último y servidor de todos”.
Mírate ahora a ti: ¿eres engreído, arrogante, soberbio o, por el contrario, eres humilde, te sabes pobre y pecador y necesitado de Dios?
En segundo lugar, tras poner a este pequeño en el centro como signo de los que son grandes en el reino de Dios, añade Jesús: “El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; cuidado con despreciar a uno de estos pequeños”. Jesús está diciendo algo enorme, algo que dirá con más claridad aún en el capítulo 25 de este mismo evangelio de Mateo: “Lo que hicisteis con uno de estos, los más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Claro que Jesús está presente en la Eucaristía y en los demás sacramentos. Claro que está presente en la comunidad cristiana, en su Iglesia. Claro que está presente en su Palabra, pero hay una presencia que hoy Jesús quiere recalcar: él está en los pobres, en los sencillos, en esos que son considerados últimos por el mundo. Y lo dice claramente: el que acoge a uno de esos pequeños, le acoge a él. Por eso, los necesitados, los últimos, los marginados, son casi un sacramento para nosotros.
Pregúntate: ¿acoges tú a los pequeños, a los pobres, como una presencia de Cristo que estaría reclamando en ellos de ti ayuda y compromiso, o los pobres no tienen lugar en tu vida?
En tercer lugar, Jesús concluye sus palabras con la conocida parábola de la oveja perdida. Ese hombre que tiene cien ovejas, que pierde una y deja las noventa y nueve en busca de la perdida, cuando la encuentra se alegra más por ella que por las noventa y nueve que no se habían extraviado. Esta parábola la presenta también Lucas evangelista junto a las parábolas de la moneda perdida y el hijo pródigo. Y con ellas Lucas quiere destacar lo que está dispuesto a hacer Dios por sus hijos perdidos, por los pecadores, cómo los busca, los encuentra y los acoge. Pero Mateo aquí tiene un matiz especial. Hace hincapié en la preocupación particular que tiene Dios Padre con los pequeños, con los débiles, con los últimos. Y la parábola está muy bien traída, porque no cabe duda de que esa oveja que se desvió del rebaño, esa que se perdió, era la más rebelde o menos obediente, o quizá la más débil o enfermiza. En todo caso era la más pequeña, la más necesitada. Por eso concluye Jesús tras la parábola: “No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños”. En definitiva, Jesús está diciendo que los últimos o débiles, los pequeños, son el ojito derecho de Dios, están permanentemente en su corazón. Sucede lo mismo con una madre, que, aunque quiera igual a todos sus hijos, tendrá siempre debilidad por su hijo más necesitado.
¿Entiendes ahora cómo es tu Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo? Emociónate con este Dios tan bueno y tan tierno.
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a dar gracias a Dios porque tú también eres uno de estos pequeños, de esos débiles, que el Padre cuida con esmero. Déjate mimar por él y olvídate de toda clase de soberbia o de engreimiento.
ORACIÓN
Señor Jesús, a veces me creo capaz, bueno, grande, puro. Pero soy un pobre pecador, soy muy débil. Por eso hoy te pido que me ayudes a ser humilde, a saberme pequeño, necesitado de ti. Y que así pueda dejarme cuidar por tus manos de Padre.