Evangelio del día 25 junio 2025 (Por sus frutos los conoceréis)
Miércoles de la 12ª Semana del Tiempo Ordinario
EVANGELIO (Mateo 7, 15-20)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos.
«Todo árbol sano da frutos buenos».
Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis».
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
En el evangelio de hoy, Jesús nos pone en aviso ante los falsos profetas. Estas palabras no solo contienen una orientación para distinguir a los verdaderos de los falsos profetas, sino para que tú mismo, que eres profeta por el bautismo, seas un profeta de verdad, un árbol sano que da fruto bueno.
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, quiero que centres la mirada en esta primera advertencia de Jesús: “Cuidado con los falsos profetas”. Y para ello utiliza una imagen muy expresiva y también muy dura: «Se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces«. Es muy probable que el evangelista Mateo esté hablando de una realidad que era preocupante en las primeras comunidades cristianas. Abundaban los predicadores itinerantes que, pareciendo buenos, santos, sembraban sin embargo con su palabra confusión y división. Pero en lo que a Jesús se refiere, parece claro que aquí se está hablando de los fariseos, que eran tenidos por santos y profetas por el pueblo, por su vida de cumplimiento y de austeridad. Pero es solo apariencia, dirá Jesús. Tienen piel de oveja, un aura de santidad y de pureza, pero lo cierto es que son lobos rapaces. No escuchan la palabra de Jesús, rechazan su testimonio, le llegarán a llamar Príncipe de los Demonios y, lejos de vivir en la piedad verdadera, es decir, en la compasión y la misericordia, no hacen más que juzgar, condenar y cargar fardos pesados. Detente un momento y mírate a ti.
¿Tienes algo de fariseo con esa buena apariencia externa que en realidad encierra doblez e hipocresía?
En segundo lugar, me gustaría que esta realidad sobre los verdaderos y falsos profetas te la aplicaras a ti. Es bueno que observes la hipocresía de los fariseos para que te abstengas de ella. Es bueno que mires la cautela que tenía la primera comunidad cristiana ante cualquier predicador que se presentaba con fama de santidad. Pero es aún mejor, y más importante, que pienses si tú eres o no un verdadero profeta. Seguro que lo has escuchado muchas veces: por el bautismo eres sacerdote, profeta y rey. Sí, eres profeta. Estás llamado a dar testimonio con tu vida de la Buena Noticia de Jesús. Sin embargo, a menudo te conformas con ser un creyente de perfil bajo, un cristiano solo de nombre o, si acaso, con algunos gestos de cumplimiento externo. Hoy Jesús te advierte también a ti: «Cuidado con ser un falso profeta«.
Pregúntate: ¿estás dispuesto con tu vida a profetizar, a dar testimonio, o estás realmente lejos de ello?
En tercer lugar, Jesús utiliza la imagen del árbol para darnos una clave importantísima. Dice: “¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos”. Y concluye: “Por sus frutos los conoceréis”. Esta es la clave que Jesús da para distinguir al verdadero del falso profeta: los frutos. Si un árbol malo no puede dar fruto bueno, de igual manera un falso profeta no dará fruto bueno. Y, al contrario, si un árbol sano da fruto bueno, de un corazón bueno no saldrán sino frutos buenos. Durante su Sermón de la Montaña, con las bienaventuranzas y sus palabras en los capítulos siguientes, Jesús ha mostrado cuáles son los frutos buenos: el perdón, el amor incluso al enemigo, el dar sin esperar nada a cambio, la oración, el no juzgar. San Pablo lo explicará muy bien en su carta a los Gálatas: “Los frutos del Espíritu son el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la lealtad, la modestia, el dominio de sí”. Si en ti no hay estos frutos, ¿no será que has hecho de tu vida un árbol seco, una zarza, un cardo del que no puede salir ningún fruto bueno? Jesús es radical en su conclusión: «Un árbol así solo sirve para talarse y echarse al fuego”.
Por eso, mírate. ¿Cómo ves tu corazón? ¿Lo ves como un árbol bueno que da frutos de amor, de paz, de alegría contagiosa, de servicio? ¿O, por el contrario, como un árbol malo que genera pinchos que dañan, como una vid que da vinagre en vez de vino bueno?
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a recordar que estás llamado a ser profeta auténtico, testigo de Jesús, de su Buena Noticia de salvación. Y que esto se manifieste en ti a través de una vida llena de frutos de amor y de servicio.
ORACIÓN
Señor Jesús, miro mi corazón y lo veo muy vuelto sobre sí mismo, a veces seco y empequeñecido. Da fruto, pero a menudo a duras penas. Hoy te pido que lo esponjes, que lo conviertas en árbol bueno y que, junto a ti, dé fruto en abundancia.