
Evangelio del día 11 junio 2025 (No he venido a abolir, sino a dar plenitud)
Miércoles de la 10ª Semana del Tiempo Ordinario
EVANGELIO (Mateo 5, 17-19)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
«No he venido a abolir, sino a dar plenitud».
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
En el evangelio de hoy, Jesús advierte que no ha venido a abolir la Ley y los Profetas, es decir, el Antiguo Testamento, sino a darles plenitud. Y lo hace justo antes de criticar la justicia de escribas y fariseos, que se conformaban con el mero cumplimiento. Jesús está apuntando así a una plenitud que tiene nombre: el amor.
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, sorprende que Jesús, que aparece a menudo tan crítico con el cumplimiento de escribas y fariseos, utilice hoy expresiones como “la última letra o tilde de la ley” o “esos preceptos menos importantes”. La clave del texto está aquí: “He venido a dar plenitud«. La Ley fue dada por Dios en el Antiguo Testamento a su pueblo para que pudiera responder adecuadamente a su voluntad. Ahora es llevada por Jesús más allá, a una mayor perfección y, también, a una mayor exigencia, a una radicalidad y fidelidad mayor: la del amor. Un amor que fundamenta todos los mandamientos, un amor sin el cual esos mandamientos carecen de sentido. La Ley no era más que una parte de esa pedagogía de Dios, que ha querido enseñar al ser humano a caminar hacia una ley más exigente: la de un amor que siempre requiere más amor, más generosidad, más radicalidad y gratuidad. Con razón dirá san Pablo en su carta a los Romanos: «Amar es cumplir la ley entera«; o en su primera carta a los Corintios: «Si no tengo amor, no soy nada”. El propio san Agustín dirá en esa conocida sentencia: «Ama y haz lo que quieras«.
Pregúntate: ¿sigues viviendo en el cumplimiento básico de la ley o vives ya en ese amor que te requiere siempre más compromiso y más radicalidad?
En segundo lugar, conviene tener muy claro que ese amor, que constituye la plenitud de la ley, no es un amor abstracto o etéreo, sino un amor muy concreto: el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, el amor radical y hasta el extremo que movió toda la vida de Jesús, ese amor concreto con que él amó. Un amor al que tiene que asemejarse el tuyo y que es el destino de toda ley. Lo afirma contundentemente san Pablo en su carta a los Romanos: «El fin de la ley es Cristo«. Tu nueva ley es Cristo: amarle a él, amar con él, amar como él.
¿El amor con el que amas se parece al amor con que amó Cristo Jesús, un amor concreto, incondicional, personal, tierno, misericordioso y cuya opción preferencial son siempre los más pobres?
En tercer lugar, ya he aludido a esas expresiones de Jesús en el evangelio de hoy sobre la última letra o tilde de la ley, sobre esos preceptos menos importantes. Y esas expresiones pueden suscitar hoy una reflexión interesante sobre los detalles más pequeños. El amor y la fidelidad al amor de Dios y al prójimo se juega en el cuidado de los pequeños detalles, en esa fidelidad menuda, cotidiana, ordinaria: en una sonrisa, en un preguntar a alguien cómo está, en la compañía a alguien que está solo, en la amabilidad y ternura con los que te rodean...
¿Cuidas tú esas letras o tildes de la ley del amor? ¿O, dicho de otro modo, cuidas el amor a tus hermanos en tu día a día y en lo pequeño?
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a cumplir la nueva ley de Cristo Jesús en la vivencia de un amor, a Dios y a los hermanos, que se hace real y concreto en las opciones fundamentales, pero también en los pequeños detalles de cada día.
ORACIÓN
Señor, tú me manifiestas el amor de Dios y amas perfectamente. Tú eres el mismo amor, lleno del Espíritu de amor. Por eso te pido que me enseñes a amar verdaderamente, sin egoísmos, sin intereses y a contagiar ese amor a cuantos me rodean.