Evangelio del día 4 agosto 2025 (Partió los panes y se los dio)

Lunes de la 18ª Semana del Tiempo Ordinario

EVANGELIO (Mateo 14, 13-21)

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto. Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados. Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos.

«Partió los panes y se los dio a los discípulos».

Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida». Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces». Les dijo: «Traédmelos». Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.

REFLEXIÓN

INTRODUCCIÓN

El evangelio de hoy nos ofrece un milagro muy conocido de la vida de Jesús: la multiplicación de los panes. Lejos de tratarse únicamente de un milagro más realizado por el Señor, si bien muy sorprendente, se trata de toda una parábola de lo que ha de ser la vida cristiana, la vida del seguidor de Jesús.

REFLEXIÓN Y PREGUNTAS

A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:

En primer lugar, desde el mismo inicio del texto hemos escuchado: “La gente lo seguía por tierra desde los poblados y Jesús curó a los enfermos”. La gente busca apasionadamente a Jesús. No lo hacen los sacerdotes, los escribas, los fariseos, la gente rica, esos que se consideran sanos, puros, saciados. No. Los que lo siguen son los sencillos y, concretamente, los enfermos. Son ellos, los últimos, considerados muchas veces impuros y pecadores, los que reciben a Jesús como una verdadera buena noticia de salvación y de liberación. Y no quedan decepcionados. Jesús sanará a los enfermos y alimentará a la multitud. Pero Jesús no va a ejercer todas esas proezas, estos signos extraordinarios, como un superhombre que diera a los demás unas pocas migajas de su riqueza y de sus poderes. Nos dice hoy el evangelista: “Vio Jesús a la multitud y se compadeció de ella”. Jesús sana y alimenta a la multitud porque se compadece, porque tiene un corazón tierno, misericordioso, lleno de empatía y de amor, reflejo perfecto del corazón de su buen Padre Dios. Un Dios que siempre se compadece de sus hijos, especialmente de los pobres, de los últimos, y que no permanece impasible, sino que se conmueve y actúa, y actúa sanando. Es, por tanto, el amor y la misericordia los que transforman, los que obran milagros. Mírate ahora a ti y considera estas dos cuestiones: que Dios se compadece también de tu pobreza, de tus miserias, que quiere también actuar en ti, acogerte, consolarte, alimentarte, sanarte; y que él confía en que tú, que has experimentado su amor, seas como él compasivo y misericordioso con tus hermanos, él espera que tú también obres milagros de compromiso, de solidaridad y de amor.

Pregúntate: ¿sientes que Dios es compasivo contigo y que actúa en ti prodigiosamente? Eso que Dios ha hecho contigo, ¿te cambia y te hace ser compasivo y comprometido con tus hermanos?

En segundo lugar, y este es el centro del evangelio de hoy, nos encontramos con el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Los discípulos de Jesús se muestran descomprometidos con toda esa gente necesitada desde el primer momento, y por eso dicen: “Señor, estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida”. Su corazón no se compadece y por eso sueltan esta especie de: “Jesús, diles que se busquen la vida”. Pero el Señor no es así. Jesús se compromete, siente compasión de esos pobres y sencillos que han acudido a él y que ahora no tienen nada qué comer. No quiere despedirlos en ayunas, por eso exclama: “No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer”. Pero los discípulos se muestran inmediatamente escépticos. Sus miras son de tejas para abajo: “¡Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces!”, exclaman. Pero Jesús es el Hijo de Dios, siempre tiene una mirada más alta, cree en el poder de Dios, cree en los milagros y por ello los realiza. Pero lo más significativo es que Jesús cuenta con la colaboración de los suyos: “Traedme esos cinco panes y dos peces que tenéis”. Y entonces obra el milagro. Este hecho es toda una parábola para nosotros, que somos generalmente despreocupados con las necesidades y sufrimientos de los otros, pero Dios no: que cuando ponemos en las manos del Señor lo que tenemos, aunque sea poca cosa, debilidad, limitaciones, todo se transforma y multiplica, en las manos de Jesús, todo adquiere una nueva dimensión; y que cuando compartimos lo que tenemos, cuando somos generosos, se obra el milagro de la multiplicación.

Pregúntate: ¿pones lo que tienes en las manos del Señor, incluidas tus debilidades? ¿Compartes con los demás lo que eres y tienes? 

En tercer lugar, quiero acabar con cuatro detalles más que a menudo pasan  desapercibidos. Dice el evangelio que Jesús mandó a la gente que se recostara en la hierba. Esa referencia es un guiño a este precioso salmo: “El Señor es mi pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar”. Otro detalle es el gesto que realiza Jesús con los panes; nos dice el evangelista: “Alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio”. Esta bendición del pan, ese partir el pan, hace referencia a la eucaristía. Y así es también hoy. En la misa Jesús sigue dándonos ese pan de vida que nos alimenta y nos transforma. Otro detalle. Nos dice el texto: “Partió Jesús los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente”. Jesús alimenta a la multitud por medio de sus discípulos, por medio de su Iglesia. A pesar de las debilidades de la comunidad cristiana, de la Iglesia, Jesús sigue actuando por medio de ella eficazmente, alimentando al ser humano con el pan de su Palabra, el pan de la eucaristía y dando pan a los pobres a través de la caridad. Finalmente, un último detalle. Dice el texto: “Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras”. Allí donde está Jesús, donde hay generosidad y solidaridad, hay abundancia. Podemos volver ahora a ese salmo que ya hemos citado: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. Efectivamente, con él nada nos falta.

¿Sientes tú el cuidado de Dios, que él te alimenta y te cuida, que con él nada te falta?

CONCLUSIÓN

Pues que este evangelio de la multiplicación de los panes sea una oportunidad para que presentes al Señor tus panes y tus peces, para que él los multiplique. Y que, con la fuerza de Dios, seas tú también generoso compartiendo lo que eres y lo que tienes con tus hermanos.

ORACIÓN

Señor Jesús, aliméntame con tu Palabra de Vida y con el Pan de la Eucaristía. No permitas que me encierre en mi orgullo y egoísmos. Que me deje cuidar por ti, que sepa poner mis dones y bienes al servicio de los demás, y que no olvide jamás que tú eres mi pastor, que tú eres la fuente de toda vida, que contigo nada me falta.

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