
Evangelio del día 10 julio 2025 (Gratis habéis recibido, dad gratis)
Jueves de la 14ª Semana del Tiempo Ordinario
EVANGELIO (Mateo 10, 7-15)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis. No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento.
«Gratis habéis recibido, dad gratis».
Cuando entréis en una ciudad o aldea, averiguad quién hay allí de confianza y quedaos en su casa hasta que os vayáis. Al entrar en una casa, saludadla con la paz; si la casa se lo merece, vuestra paz vendrá a ella. Si no se lo merece, la paz volverá a vosotros. Si alguno no os recibe o no escucha vuestras palabras, al salir de su casa o de la ciudad, sacudid el polvo de los pies. En verdad os digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y Gomorra, que a aquella ciudad».
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
En el evangelio de hoy, Jesús retoma este mandato: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos”. Hoy concretará a sus apóstoles en qué consistirá su misión y qué estilo de vida habrán de llevar. En el anuncio y en las obras de estos enviados brillarán dos palabras: gratis y paz.
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, recordemos que “apóstol” significa “enviado”. Pues bien, a estos enviados Jesús les dice: “Id y proclamad que ha llegado el reino”. Y no será solo una cuestión de anuncio. A esa tarea de proclamación acompañarán signos de salvación, de liberación integral: “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios”. Cuando Dios reina en el mundo y en la propia vida, el mal es echado afuera y todo se llena de luz, de vida, de fortaleza, de sanación. La tarea misionera, como ya decíamos, goza por tanto de esa autoridad de Jesús. Es anuncio y denuncia, son palabras y son obras, es oración y también acción, espiritualidad y liberación integral.
¿Se da en ti este anuncio y esta liberación? ¿Anuncias con tu vida que Dios quiere reinar en el mundo? ¿Eres testigo de esta sanación, de esta liberación que Dios quiere hacer llegar a todos sus hijos?
En segundo lugar, el apóstol, el enviado de Jesús, no es un funcionario, una especie de comercial que, con más o menos convicción, tendría que ser fiel a un mensaje corporativo. Nada que ver. El apóstol auténtico proclama aquello que constituye su tesoro, la buena noticia de su existencia. Por eso, la primera vida que debe transformar tu palabra es tu propia vida. La coherencia entre lo que anuncias y lo que vives es de una importancia total. Por eso Jesús, tras exhortarnos a anunciar la Buena Noticia, nos indica cómo tiene que ser nuestro talante, nuestra espiritualidad, nuestro estilo, nuestra actitud, nuestro testimonio: “No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre; ni tampoco alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón”. En los testigos verdaderos de Jesús brillará el desprendimiento, la austeridad, la libertad de aquellos que confían en Dios. A quien tiene su corazón atado a las cosas, al bienestar, a los propios planes, le costará muchísimo seguir a Jesús con agilidad; y, si lo consigue, difícilmente se hará creíble. ¡Y esto nos cuesta tanto! Como se dice comúnmente, somos muy de poner una vela a Dios y otra al diablo. Somos cristianos, pero apenas vivimos la fe como un poquito de oración y algo de culto. Queremos ser testigos de Jesús, pero nuestra vida no es muy diferente de aquellos que nos rodean. Queremos amar hasta el extremo, pero nuestros intereses, egoísmos y comodidades son los que finalmente determinan nuestra vida.
Medita: ¿eres coherente? ¿Tu fe tiene poder como para transformar tu vida y hacerte tomar opciones radicales o vives demasiado cómodo y estás, en definitiva, parado?
En tercer lugar, ya anticipaba al inicio que hoy brillan dos palabras en este evangelio: gratis y paz. Dice el Señor: “Gratis habéis recibido, dad gratis”. Si hubiera que resumir en una palabra toda nuestra fe, podríamos decidirnos por esta: gracia, gratis. Todo es gracia: la vida, la fe, nuestro ser hijos de Dios, el amor de Cristo Jesús, el Espíritu Santo. Lo dijo muy bien el papa emérito Benedicto XVI: “El cristiano es un ser agradecido, porque sabe que antes ha sido agraciado”. La experiencia más radical en nuestra fe es que todo lo hemos recibido gratis de Dios, porque sí, por puro amor. Y eso decide nuestro modo de ser y de actuar. Damos todo gratis, porque nos sale del alma, porque antes hemos recibido todo gratis de manos de Dios. Y es cierto, como dice Jesús, “que bien merecería el obrero su salario”, pero mejor aún será anunciar el evangelio y sanar enfermos porque sí, sin esperar nada a cambio, ni siquiera reconocimiento. Y eso hará que nuestro testimonio sea aún más creíble. El interés, el intercambio, el egoísmo, ¿no acaba estropeándolo todo? Y esto que estás llamado a compartir, a dar gratis, no es otra cosa que la paz, esa segunda palabra que brilla hoy. No es una paz humana, sino divina. Es esa paz que Cristo resucitado, apareciéndose a sus discípulos, les entregó: “¡Paz a vosotros!”, dijo el Señor. Y sopló sobre ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo”. Esa paz es el Espíritu Santo, es el don de Dios, esa paz del corazón que no tiene precio, que llena la existencia de alegría, de esperanza, de sosiego. Es tan importante recibir esta paz de Dios, es tan vital para el corazón humano, que Jesús pronuncia unas duras palabras. Ante aquellos que no se abran a este don, a esta paz, “sacudid el polvo de vuestros pies”. Y añade: “En verdad os digo que el día del juicio les será más llevadero a Sodoma y a Gomorra, que a aquella ciudad”, a aquellos que rechacen este don. Recordemos que, según el libro del Génesis, las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas por su pecado con fuego y azufre. Es una advertencia figurada pero real. Cerrarse a Dios, cerrarse a este don, a esta paz y entregarse obstinadamente al egoísmo y al mal, supone perder, arruinar, destruir la propia vida.
Por eso, pregúntate: ¿has abierto tu corazón a esta paz que Dios te da en Jesús? ¿Eres testigo con tu actitud y tus palabras de esta paz o, más bien, divides y crispas?
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a ser más coherente en el seguimiento de Jesús y, con su autoridad y su fuerza, salgas de tus miedos, de tu pereza, incluso de tu mediocridad, para seguirle más de cerca y poder ser así testigo de su paz y de su amor.
ORACIÓN
Señor Jesús, vivo demasiado cómodo, ¡y encuentro tan fácilmente excusas para justificarme! Hoy te pido que me des tu Santo Espíritu, para que pueda servirte de verdad, con radicalidad, sin dejar que mi corazón se pegue a las cosas sino que, con agilidad y contigo, pueda anunciar tu Buena Noticia, y libere y sane como tú.