Evangelio del día 26 agosto 2025 (Filtráis el mosquito y os tragáis el camello)

Martes de la 21ª Semana del Tiempo Ordinario

EVANGELIO (Mateo 23, 23-26)

En aquel tiempo, habló Jesús diciendo: «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Esto es lo que habría que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!

«Limpia primero la copa por dentro».

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! ¡Fariseo ciego!, limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera».

REFLEXIÓN

INTRODUCCIÓN

En el evangelio de hoy, vemos a Jesús lanzar contra escribas y fariseos su cuarto y quinto “¡Ay de vosotros!”. Son parte de todo un discurso de Jesús, compuesto por un total de siete “ayes”, que dirige contra esos judíos cumplidores que se consideraban a sí mismos santos, puros. El discurso tiene un denominador común: la hipocresía.

REFLEXIÓN Y PREGUNTAS

A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:

En primer lugar, sorprende mucho el texto de hoy. Estamos acostumbrados a ver a Jesús decir palabras preciosas, atravesadas de ternura y de amor: “Convertíos,  creed en el evangelio, tu fe te ha salvado, dichosos vosotros, amaos unos a otros”. Por eso nos llama tanto la atención el tono de este evangelio. Si en las bienaventuranzas Jesús iniciaba sus palabras con un “Dichosos vosotros, bienaventurados vosotros, benditos vosotros”, hoy dirigirá a escribas y fariseos, precisamente las personas más y mejor consideradas en su tiempo, unas durísimas palabras: “¡Ay de vosotros!”. Jesús es tierno, amoroso, misericordioso como su buen Padre Dios. Y de ello da pruebas a lo largo de todo el evangelio. Pero eso no lo convierte en un indiferente o en un laxo, en un blando. No. Jesús vive apasionado por el Reino, imbuido de autenticidad y de verdadero amor y misericordia. Y por eso no puede hacer otra cosa que indignarse ante la hipocresía. Para nada ni para nadie tendrá palabras tan duras como para este pecado, que hace vivir a la persona en la mentira o, peor aún, en el autoengaño, considerándose uno a sí mismo justo. Y las palabras del evangelio de hoy no son una crónica de lo que dijo a unos personajes despreciables que ya no existirán más. No. Es una advertencia seria de Jesús para ti. Huye de toda hipocresía, de toda doblez, de las apariencias, y busca como sea, aun en medio de tus debilidades, vivir en la autenticidad.

Pregúntate tú ahora: ¿qué clase de “¡ay!”, de advertencia, podría dirigirte hoy Jesús a ti?

En segundo lugar, quiero centrarme en ese primer “¡ay!” de Jesús en el texto de hoy. Dice: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino!”. El diezmo consistía en el pago de la décima parte del valor de los productos, de acuerdo a lo que exige la Escritura, concretamente el libro del Deuteronomio, y se pagaba de los productos más importantes de esa tierra palestinense: trigo, vino y aceite, así como los primogénitos del ganado. Ese dinero se destinaba al mantenimiento del templo, del culto, de los sacerdotes, pero también de los pobres. Los escribas y fariseos, esos fanáticos cumplidores, creían, sin embargo, que en realidad todo producto, incluso las especias más insignificantes como esa menta, ese anís y ese comino, también estaban sometidas al  pago del diezmo. Jesús, con sus palabras, no está criticando el diezmo, sino la hipocresía de estas personas, que se detienen en minucias pero que luego descuidan lo más grave de la ley, que Jesús dirá con toda claridad: la justicia, la misericordia y la fidelidad. Por eso concluirá Jesús con una imagen muy gráfica: “Filtráis el mosquito y os tragáis el camello”. Mírate ahora a ti. Tú también eres muy exigente con tus hermanos en pequeñas cosas, también a la hora de emitir juicios sobre tu prójimo, olvidando la clave, que es la misericordia, esa fidelidad al amor a Dios y a tus hermanos.

¿Hay algo de esto en ti?

En tercer lugar, quiero fijarme en ese segundo “¡ay!” de Jesús en nuestro texto de hoy. Se dirige de nuevo a escribas y fariseos: “¡Ay de vosotros, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno!”. Jesús está haciendo alusión a la gran preocupación de estos rigoristas con la limpieza exterior de toda clase de objetos, así como con todas esas purificaciones externas que llevaban a cabo, y que tenían no tanto un sentido higiénico sino ritual, religioso. El evangelista Marcos lo explica muy bien en su capítulo siete. Dice: “Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarros y ollas”. Pues bien, Jesús hace referencia a estas purificaciones para poner en evidencia que estos escribas y fariseos se esmeran mucho en el lavado exterior de objetos y del plato y la copa de su persona, de su cuerpo, pero olvidan lo más importante: el corazón, la rectitud interior. Por eso concluirá Jesús: “Limpia primero la copa por dentro y así quedará limpia también por fuera”. Es obvio que Jesús se refiere a la copa de la persona, del corazón. En otro lugar del evangelio dirá algo semejante: “Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Es esta una invitación nítida de Jesús a que huyas de la hipocresía. Te está diciendo: “Ten un corazón limpio y estarás limpio enteramente”.

Pregúntate: ¿hay en ti algo de esta hipocresía, de esta doblez?

CONCLUSIÓN

Pues que este evangelio te lleve a vivir tu fe con más radicalidad y, sobre todo, con una mayor autenticidad, y a huir de toda clase de hipocresía o de apariencia. Vivir en la verdad será para ti, no solo un signo del auténtico discípulo de Jesús, sino fuente de libertad y de alegría.

ORACIÓN

Señor Jesús, a menudo soy exigente, intolerante, intransigente con mis hermanos. También en mí habita la doblez y la hipocresía. Por eso hoy te pido que purifiques mi ser. Haz de mi corazón de piedra un corazón de carne, un corazón limpio en el que habite la verdad y la fidelidad.

Botón volver arriba