
Evangelio del día 20 septiembre 2025 (Dio fruto al ciento por uno)
Sábado de la 24ª Semana del Tiempo Ordinario
EVANGELIO (Lucas 8, 4-15)
En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros del cielo se lo comieron. Otra parte cayó en terreno pedregoso, y, después de brotar, se secó por falta de humedad. Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. Y otra parte cayó en tierra buena, y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno». Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga».
«Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia».
Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola. Él dijo: «A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es este: la semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al oír, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro. Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
En el evangelio de hoy, Jesús nos regala una de sus parábolas más célebres: la del sembrador. El Señor usa imágenes sugerentes para hacernos más comprensibles los secretos del Reino de Dios. El evangelio incorpora también su interpretación y, entre medias, una verdad preciosa: “A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios”. Abre, por tanto, tu corazón para acoger el sentido profundo que esta parábola tiene, de parte de Dios, para ti..
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Lucas, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, antes de entrar en la parábola, y en la interpretación que nos brinda el Señor, quiero centrarme en esa frase de Jesús que ya he anticipado: “A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios”. El Señor no habla en parábolas para ocultar su mensaje, sino para revelar el Reino, para darnos a conocer a Dios y su plan de salvación sobre nosotros. Somos afortunados por haber sido regalados con el don de la fe, que nos permite reconocer la Palabra de Dios, saber y sentir que tenemos un Padre bueno que nos ama con locura y que Jesús, quien nos lo ha revelado, camina junto a nosotros. A continuación, Jesús dirá que, a diferencia de sus seguidores, “los demás, viendo no ven y oyendo no entienden”. Parece ser un lamento de Jesús por todos aquellos que no abren su corazón a esta iniciativa de Dios que se quiere dar a todos sus hijos. En esta expresión resuenan las palabras del profeta Isaías: “Está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Este sembrador, que es Jesús, como veremos en la parábola, siembra abundantemente, pero la respuesta, la acogida del ser humano, es fundamental. Hay que abrir el corazón a esta semilla, a esta Palabra de Dios, para que germine y dé fruto.
Pregúntate: ¿estás abierto a Dios, a su Palabra, a su acción en tu vida, o estás demasiado encerrado en tus intereses, perezas y egoísmos?
En segundo lugar, quiero centrarme ya en la parábola y fijarme ahora en dos de sus elementos. Primero, el sembrador. Imaginamos a este sembrador lanzando la semilla. Lo hace abundantemente, confiando en que será la tierra que hay bajo sus pies la que acogerá esa semilla y la hará fructificar. Claro que ese sembrador es Dios, que ha sembrado en ti su Palabra, y la vida, la fe, mil cualidades, alegría, ilusión, entusiasmo… y lo ha hecho abundantemente. Pero también ese sembrador eres tú, llamado a sembrar en el mundo, sin escatimar, todo eso que has recibido abundantemente de Dios. El segundo elemento en el que me quiero fijar son los distintos terrenos donde cae la semilla: el borde del camino, incapaz de acogerla, la pisaron y los pájaros se la comieron; el terreno pedregoso, donde brotó, pero se secó por falta de humedad; la tierra entre abrojos, que ahogaron la semilla, y la tierra buena, donde brotó. ¿Cómo es la tierra de tu corazón? Quizá tengas algo de todos esos terrenos. A veces la Palabra del Señor, su voz, te pasa desapercibida y la escuchas como quien oye llover; otras veces tienes grandes propósitos, pero la inconstancia abrasa posibilidades mayores; otras veces son tus ocupaciones, tus intereses, tus egoísmos los que ahogan, los que impiden, que acojas con más generosidad a Dios; pero también, ¡muchas veces!, has acogido con generosidad al Señor, has orado, le has dicho que le amas, has servido a tus hermanos. El reto de hoy es que vayas labrando tu corazón para que sea cada vez más una tierra buena, preparada para acoger al Señor y a tus hermanos.
En tercer lugar, quiero centrar ahora la mirada en lo que constituye el núcleo de la parábola: que esa semilla en tierra buena da fruto abundante. Dice Jesús: “Otra parte cayó en tierra buena y, después de brotar, dio fruto al ciento por uno”. Y explica al final: “Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia”. El Señor ha sembrado en ti abundantemente, pero ¿habrá tierra buena en tu corazón? Si es que sí, ¿qué fruto estás dando? Quizá estás al treinta, y te sientes satisfecho, o incluso al sesenta. Pero el Señor te pide más. Quiere que su semilla, en ti, dé fruto al ciento por uno.
¿Estás dispuesto a buscar este “más” que te pide el Señor? ¿Y cómo podrías dar este más? ¿Más servicio, más alegría, mejores palabras?
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a acoger, con más atención y generosidad, esa semilla que Dios ha sembrado en ti y dejes que dé mucho fruto. Vales mucho. Tu vida no puede ser estéril. ¡Deja que el Espíritu de Dios fructifique en tu vida!
ORACIÓN
Señor Jesús, tu vida dio fruto abundante: frutos de amor, de liberación, de entrega. Mi vida, por el contrario, es muy pobre, da fruto a duras penas. Hoy te pido que abones la tierra de mi corazón, quiero servirte. No dejes que me conforme con menos. Quiero dar el fruto que tú soñaste un día en mí. Gracias, Señor.