
Evangelio del día 13 septiembre 2025 (De lo que rebosa el corazón, habla la boca)
Sábado de la 23ª Semana del Tiempo Ordinario
EVANGELIO (Lucas 6, 43-49)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca. ¿Por qué me llamáis “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?
«El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien».
Todo el que viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. El que escucha y no pone en práctica se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y enseguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
El evangelio de hoy nos presenta hasta cuatro imágenes o parábolas: el árbol y los frutos, el corazón y la boca, el hablar y el actuar, y la casa edificada sobre roca y sobre arena. Todas tienen un denominador común: los frutos. Y todas nos ponen en aviso contra esa actitud de querer vivir la fe o la religiosidad de palabra, de cumplimiento, a través de un culto vacío. Estas imágenes nos conducen hacia una fe profunda, sólida, coherente, en la que Jesús aparezca como la base y el cimiento de la vida. Porque él es, en definitiva, la roca firme donde ha de estar sustentada nuestra existencia.
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Lucas, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, quiero fijarme en esas dos primeras imágenes que nos ofrece hoy Jesús en el evangelio, y que están íntimamente conectadas entre sí: “No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos”. Está claro que son los frutos del árbol los que delatan si está sano o enfermo. Y, aplicándolo al ser humano, Jesús pronto añade: “El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal ”. Puede verse con claridad: igual que el árbol sano da buenos frutos, el corazón sano, limpio, puro, da frutos de bondad, de alegría, de misericordia, de compasión. Es preciosa esa sentencia con la que Jesús concluye: “De lo que rebosa el corazón habla la boca”. Si quieres, pues, saber lo que hay en tu corazón, mira lo que sale de tu boca. Si tu boca está llena de críticas, de juicios, de chismorreos, de palabras superficiales, incluso malas, ¿qué habrá en tu corazón? Pero si con tu boca disculpas, muestras comprensión y misericordia, si tu boca transmite sonrisa, ilusión y alegría, ¿no será ésta una evidencia de que tu corazón habita en Dios?
Detente un momento y piensa qué hay en tu boca para vislumbrar aquello que hay en tu corazón.
En segundo lugar, Jesús añade una imagen más, ahora referida al hablar y al actuar: “¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’, y no hacéis lo que digo?”. Jesús la dirige a aquellos que, creyéndose buenos por unas cuantas palabras o actitudes externas, creerían tener asegurada la salvación. Es una tentación de todos nosotros: vivir una fe descomprometida, una fe “de boquilla”. Pero la buena noticia de Jesús no es una propuesta formal que requeriría de decir sin más unas cuantas cosas de palabra, de un culto exterior, de un mero cumplimiento de normas o algo parecido. No. La fe cristiana es mucho más, es una comunión de vida con Jesús que transforma la vida por completo y que requiere de compromiso y de entrega total. Se trata de una opción fundamental: poner a Jesús como el centro, como el cimiento de la propia vida.
Pregúntate: ¿cómo es tu fe? ¿Cómo es tu religiosidad? ¿Muy de palabra, demasiado exterior o una profunda opción de vida junto a Jesús?
En tercer lugar, quiero detenerme ahora en la siguiente imagen, mejor dicho, parábola, preciosa que hemos escuchado. Jesús habla de un hombre que edificó la casa sobre arena. ¡Qué fácil es construir sin cimientos! Construyes sobre arena cuando tu vida es superficial, cuando no tiene hondura, cuando no te comprometes con nada, cuando te dejas llevar por todo, cuando pones una vela a Dios y otra al diablo, cuando te dejas enredar por tus egoísmos, cuando eres tibio o mediocre, cuando eres uno más. Una vida así de ligera parece feliz, pero solo lo parece. Porque cuando vienen los ríos, soplan los vientos y descargan contra la casa, es cuando te caes: ¡grande es tu ruina! Por eso quiero que dirijas tu mirada a ese hombre de la parábola que, escuchando las palabras de Jesús y poniéndolas en práctica, edificó su casa sobre roca. Puede ser arduo construir con cimientos: hay que sacar tierra, hacer uso de hormigón, invertir una suma de tiempo y dinero considerables, pero la casa será sólida. Orar, participar en la eucaristía y en la vida de la Iglesia, comprometerse con los pobres, no ceder a las cosas de este mundo, puede parecer un esfuerzo considerable, pero ahí está la paradoja, porque en esa inversión está la verdadera alegría, la esperanza, la solidez que hace que nuestra vida sea resistente a cualquier envite: sufrimientos, pruebas e, incluso, la muerte. Lo dice bellamente el libro del Cantar de los Cantares: “Las aguas caudalosas no podrán apagar el amor, ni anegarlo los ríos”. El amor verdadero, la vida puesta en Jesús, constituye la verdadera solidez, la casa edificada sobre roca.
Pregúntate: ¿te sientes firme en la fe? ¿Tienes a Jesús y su Palabra como el centro y el eje de tu vida?
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a limpiar tu corazón, a bendecir al Señor con todo tu ser, y a asentar con más fuerza y decisión tu vida en la roca firme que es Cristo Jesús. Que, aunque te resulte difícil, huyas de esas facilidades del mundo, que al final dejan el corazón vacío. Apuesta por la solidez de los valores del Reino, que traerán a tu vida verdadera paz.
ORACIÓN
Señor Jesús, ayúdame a que mi boca rebose bondad y misericordia. Ayúdame a construir mi vida sobre ti, sobre la Palabra de vida que me das. Muchas veces me dejo llevar por lo rápido y fácil, por lo superficial, y entonces siento que los ríos me arrastran. Ayúdame a seguir fortaleciéndome con tu gracia, porque sé que solo tú eres la roca, aquello que permanece para siempre y que puede colmarme por completo.