
Evangelio del día 1 junio 2025 (Ascensión del Señor)
Evangelio y Reflexión
EVANGELIO (Lucas 24, 46-53)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.
«Mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo».
Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre; vosotros, por vuestra parte, quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto». Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor, la ascensión de Jesús a los cielos, que supone el punto final de este evangelio de Lucas, que continuará después en su segunda obra, los Hechos de los Apóstoles, y que también supone el final de la presencia o apariciones del resucitado entre sus discípulos. Pero la Ascensión no ha de entenderse como un episodio independiente de la resurrección. En realidad, las celebraciones de la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés, aunque las separamos en el tiempo, tienen una grandísima unidad, forman parte del único misterio de la Pascua de Jesús, de su misterio pascual, es decir, de su muerte y resurrección. En la Resurrección brilla su victoria sobre la muerte; en la Ascensión su exaltación como señor de cielo y tierra que transmite su misión a la Iglesia, y en Pentecostés la acción del Espíritu Santo, que inaugura un tiempo nuevo, el de la actividad misionera de la Iglesia.
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Lucas, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, hoy celebramos que Jesús asciende al cielo. Celebramos que Jesús, el Hijo de Dios, aquel que pasó por el mundo haciendo el bien y fue injustamente condenado y crucificado, ha resucitado, ha sido exaltado, ha sido glorificado, está junto a Dios lleno de poder. El texto de hoy lo resume bien: “Como está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos”. Pero quisiera resaltar ahora dos cosas. Una, que su exaltación, su señorío, no es un señorío regio, imponente, atronador, sino liberador. Desde el cielo, por su Santo Espíritu, que inspira y mueve a los creyentes, ejerce Jesús un señorío salvador, haciendo que reine la justicia, la misericordia, la paz, la vida y la liberación. Y dos, que diciendo que ha ascendido al cielo, no decimos que él se haya desentendido de nosotros. Al contrario, está aún más activo desde el cielo, donde puede hacerse presente en todo corazón, en cada gesto bueno.
Pregúntate: ¿ejerces tú esa autoridad, ese poder como Jesús, es decir, sirviendo y liberando?
En segundo lugar, el texto del evangelio de hoy contiene una profunda llamada de Jesús a nosotros: “Vosotros sois testigos de esto”. Jesús, desde el cielo, sigue su misión por medio de su Iglesia, por medio de nosotros. En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, los ángeles se lo dirán también a los discípulos mientras veían a Jesús ascender al cielo: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?”. No es momento de que te quedes embobado, sino de que acojas la llamada de Jesús, que te envía a la misión a que seas “otro Cristo”. Una misión de anuncio de la Buena Noticia, de evangelización que implica anunciar, enseñar y celebrar los sacramentos, pero también, como él, consolar, sanar y sembrar justicia y paz. Una misión que no puedes realizar con tus propias fuerzas, sino con la fuerza de Dios, con la fuerza de su Santo Espíritu, como lo dice hoy expresamente Jesús: “Yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre... Os revestiré de la fuerza que viene de lo alto”. Y esa promesa, esa fuerza es el Espíritu, que te empuja a la misión. En definitiva, tu vida cristiana es una extensión de la misión de Jesús.
¿Acoges tú esta llamada a continuar la misión de Jesús en tu propia vida, con palabras y obras?
En tercer lugar, quiero fijarme en otros tres detalles del evangelio de hoy. Uno, dice el texto: “Levantando Jesús sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo”. Jesús podía haber reprochado a sus discípulos que le abandonaran en su pasión o haberles echado en cara su incredulidad ante su resurrección. Pero no. Jesús eleva sus manos, no para castigar ni para imponer su poder con fuerza, sino para bendecir. Y así lo dice el texto dos veces: «Los bendijo y fue llevado al cielo bendiciéndoles«. El último gesto de Jesús, por tanto, es la bendición. Jesús siempre, siempre, siempre te acoge, te da su cariño, te bendice. Dos, el texto nos dice que, tras la ascensión de Jesús, los discípulos se volvieron a Jerusalén con gran alegría. Si Jesús está vivo, si él vive junto a Dios lleno de poder y de gloria, si él nos bendice y acoge siempre, no hay lugar para la tristeza, menos aún para el temor. La vida abundante de Jesús, su resurrección y ascensión, es fuente de alegría, aun en la dificultad. Y tres, que el evangelista Lucas ha querido acabar su evangelio con esta frase: «Los discípulos estaban siempre bendiciendo a Dios”. Es vital que como discípulo anuncies a Jesús, que ames y sirvas como él, que cuides de los pobres. Pero, en definitiva, la fuente, la raíz de tu vida, el inicio y el final de todo, es que bendigas, que alabes a Dios con todo tu ser, por las maravillas que ha hecho en la historia, por las maravillas que obra en ti.
¿Bendices tú al Señor siempre y en todo lugar? ¿Sientes que él te bendice siempre?
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a renovar tu conciencia de sentirte enviado por Jesús a ser testigo suyo, a continuar su misión de anunciar buenas noticias, su misión de sanar y liberar.
ORACIÓN
Señor Jesús, aunque sea pobre y débil, tú siempre me acoges y bendices. Yo hoy te bendigo desde lo hondo de mi ser y me postro ante ti. Y de todo corazón te digo: aquí me tienes, cuenta con mis pobres fuerzas y cualidades para ser testigo tuyo, para proclamar la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos.