
Evangelio del día 7 julio 2025 (¡Ánimo! Tu fe te ha salvado)
Lunes de la 14ª Semana del Tiempo Ordinario
EVANGELIO (Mateo 9, 18-26)
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un jefe de los judíos que se arrodilló ante él y le dijo: «Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entre tanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años, se le acercó por detrás y le tocó la orla del manto, pensando que con solo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y al verla le dijo: «¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado». Y en aquel momento quedó curada la mujer.
«Cogió a la niña de la mano y ella se levantó».
Jesús llegó a casa de aquel jefe y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo: «¡Retiraos! La niña no está muerta, está dormida». Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano y ella se levantó. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
El evangelista Mateo nos regala hoy un doble acontecimiento. Primero, una mujer que ve sanada en Jesús la fuente de sus hemorragias. Después, un jefe de los judíos que se presenta desesperado ante el Señor. Su hija acaba de morir. Cuando Jesús llega, todos lamentan su muerte. Pero él entra, toma a la niña de la mano y la levanta. Cristo es el Señor de la Vida. ¿Vas a dejarte tomar tú hoy de la mano para que el Dios de la vida te levante de esos lechos de muerte en que te hallas?
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, quiero que contemples a esa pobre mujer que padece flujos de sangre desde hace años. En tiempos de Jesús, una mujer era considerada temporalmente impura durante la menstruación, por lo que una mujer con flujos continuos de sangre era una impura permanente, una marginada, una apestada, una descartada social. Pero la fe de esta mujer es enorme. Confía en que, aunque sea tocando el manto de Jesús, quedará sanada. Conviene recordar que, tocando a Jesús, estaba contagiándole a él su impureza, contaminándolo. Pero Jesús no se aparta, no la rechaza, no la reprende. Al contrario, con una ternura increíble se vuelve y le dice: “¡Ánimo, hija! Tu fe te ha salvado”. Así es Jesús. Solo la orla de su manto consigue lo imposible. Su gloria y su poder son maravillosos.
Mírate ahora a ti: ¿qué es lo que te quita la vida? ¿Cuáles son tus heridas? ¿Qué es lo que te desangra: tu pecado, tu tristeza, tu inquietud?
Huye de sucedáneos, más aún de supersticiones. La sanación y la vida están en Cristo Jesús. Él es el médico de los médicos, el señor de los señores.
En segundo lugar, fíjate en la otra escena. Un jefe de los judíos acude desesperado a Jesús porque su hija acaba de morir. Cuando Cristo llega a la casa, todos lloran su muerte. Allí están incluso los flautistas y, seguramente, las plañideras. Los presentes se ríen de Jesús cuando él manifiesta esperanza. No saben que él es la Vida y la vida eterna. Y sucede lo increíble. Toma a la niña de la mano y esta se levanta inmediatamente. Mírate ahora a ti. Jesús también te quiere levantar de la tristeza, del pecado, del sinsentido. También un día te levantará de la muerte y te resucitará, te dará la vida eterna. Pide hoy a Jesús que te tome de la mano y te levante.
¿Sientes en tu corazón la vida plena que Cristo te da?
En tercer lugar, quiero fijarme en un detalle que seguro que te ha pasado desapercibido. Dice el evangelista que esa mujer enferma sufría flujos de sangre desde hacía doce años. Es obvio que ese número doce tiene un valor simbólico, porque difícilmente podría uno saber cuánto tiempo llevaba esa mujer padeciendo la enfermedad. En el evangelio, el doce siempre hace referencia al pueblo escogido de Dios, a las doce tribus de Israel. Mateo aprovecha este milagro para decirnos algo más. A Israel, al pueblo judío le ha pasado como a esta mujer, que se deshace en sangre. Esos sacrificios permanentes en el templo, ese derramar allí constantemente sangre de vacas, corderos, cabritos, esa cantidad ingente de preceptos, ese afán por cumplir externamente la ley, no les ha dado vida; al contrario, les ha desangrado. Este es un aviso sutil para que huyas de una fe vivida como cumplimiento. Lo que da la vida, lo que sana tus hemorragias es, como has visto en esa niña revivida, que te dejes tomar de la mano por Jesús, que te dejes levantar por él de tu pecado y de tus bajezas.
Pregúntate: ¿vives la fe como un ir de la mano con Jesús o se te cuela mucho ese cumplimiento que finalmente no da profundidad ni autenticidad?
CONCLUSIÓN
Pues que, con este evangelio, dejes que el Señor sane la fuente de tus hemorragias, que son el pecado y el egoísmo, y tome tu mano y te levante, te sane, te llene de vida abundante.
ORACIÓN
Señor Jesús, aquí me hallo postrado. No tengo vida si no estás conmigo. Levántame, dame vida. Quiero seguirte muy de cerca, ser de los tuyos, caminar a tu lado siempre, siempre.