
Evangelio del día 22 agosto 2025 (Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo)
Viernes de la 20ª Semana del Tiempo Ordinario
EVANGELIO (Mateo 22, 34-40)
En aquel tiempo, los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
REFLEXIÓN
INTRODUCCIÓN
En el evangelio de hoy, Jesús nos regala el mandamiento clave de nuestra fe cristiana. Un mandamiento doble pero, al mismo tiempo, inseparable: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo. Un mandamiento que lo resume todo y que es sin duda hoy para ti una llamada y un reto.
REFLEXIÓN Y PREGUNTAS
A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:
En primer lugar, vemos en el evangelio que un doctor de la ley, un escriba, plantea a Jesús una difícil cuestión, una pregunta al mismo tiempo capciosa: “¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?”. Detrás de esa pregunta se encontraba una realidad asombrosa: ese increíble sistema de leyes que promovían escribas y fariseos y que respondía, no solo a los mandamientos de la ley escrita en el Pentateuco, sino a infinidad de tradiciones orales, recogidas después en la Misná y el Talmud, la friolera de más de 600 preceptos. Jesús, sin titubear, responde brillantemente. Y para ello se refiere primero a ese “Shemá, Israel” que todo judío decía mañana y tarde y que estaba recogido en el Deuteronomio: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Después, Jesús añade un mandamiento ya enunciado en otro libro, el Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Pero Jesús lo ampliará, lo hará mucho mayor. Si los los judíos consideraban prójimo solo a sus parientes y compatriotas, Jesús englobará en este término “prójimo” a todo ser humano.
Pregúntate ahora: ¿Amas tú a Dios con todo el corazón? ¿Se lo dices mañana, tarde y noche?
En segundo lugar, quiero que te fijes en un detalle. Jesús parece responder a este doctor de la ley con dos mandamientos. Uno, amar a Dios; y dos, amar al prójimo. Sin embargo, ese experto en la ley, ese escriba, ha preguntado al Señor por el mandamiento principal, por el mayor, por el más importante. Jesús no está esquivando ese requerimiento. Está entendiendo que esos dos mandamientos son en realidad uno solo. Amar a Dios y al prójimo son las dos caras de una misma moneda, porque amar a Dios es también amar al prójimo y amar al prójimo es amar también a Dios. Lo dice tajantemente la primera carta del apóstol San Juan: “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”. Más aún, en esa Última Cena, Jesús hará hincapié en este mandamiento de amor al prójimo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros”. Y en ese momento no dirá “como a ti mismo”, sino “como yo os he amado”. Es decir, amar al prójimo hasta el extremo, hasta la locura, hasta darlo todo. Por tanto, por cómo ames a tus hermanos sabrán los demás cómo es tu fe, cuánto amas a Dios. Ahí será donde reconozcan que tú eres discípulo de Jesús.
Pregúntate, pues: ¿amas a tu prójimo como a ti mismo, como el Señor nos amó?
En tercer lugar, quiero resaltar que en esta respuesta de Jesús hay dos novedades realmente importantes. Una, que el amor a Dios y al hermano ocuparán ahora el centro de la ley del Señor, algo completamente olvidado por los judíos, que andaban enredados en una maraña enorme de preceptos y en inacabables discusiones sobre cuál sería más o menos importante. Y dos, que Jesús une indisolublemente dos realidades que en su tiempo estaban muy separadas: Dios y el prójimo. Ahora el Señor nos ha dejado claro que una cosa está unida a la otra, que ambas se requieren, que ambas están íntimamente unidas. El amor, en definitiva, frente a todo cumplimiento, será la clave. Podríamos incluso decir que el cristianismo es la religión del amor, la religión de la fraternidad, del amor al prójimo. Y, sin embargo, en ocasiones nuestra fe cristiana es percibida por los demás como un mero sistema de culto, de normas, de cánones, de estructuras…
Quizá debamos preguntarnos: ¿qué nos falta para que seamos percibidos los cristianos como esos hombres y mujeres, humildes y pecadores, pero apasionados en el amor a Dios y a los hermanos, cercanos a todos, solidarios y comprometidos?
CONCLUSIÓN
Pues que este evangelio te lleve a amar más y más a Dios, y que ese amor se haga manifiesto y concreto en el amor al prójimo, especialmente al más necesitado.
ORACIÓN
Dios, Padre bueno, te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente, con todo mi ser. Hoy te pido que me ayudes a amarte más y más. Y que el amor que tú has puesto en mí desborde hacia todos aquellos que me rodean.