Evangelio del día 15 junio 2025 (Santísima Trinidad)

Solemnidad de la Santísima Trinidad (Ciclo C)

EVANGELIO (Juan 16, 12-15)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena.

«El Espíritu de la verdad os guiará hasta la verdad plena».

Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».

REFLEXIÓN

INTRODUCCIÓN

Tras celebrar el domingo pasado la solemnidad de Pentecostés, con la que concluíamos el tiempo pascual, una semana después, al retomar la andadura del tiempo ordinario, celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Una celebración en que confesamos con gozo y agradecimiento que tenemos un Dios increíble, un Dios amor, un Dios familia que ha obrado por nosotros, por ti, una maravillosa historia de salvación.

REFLEXIÓN Y PREGUNTAS

A propósito de esta solemnidad de la Santísima Trinidad, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:

En primer lugar, cuando escuchamos la expresión “Santísima Trinidad”, suele ir acompañada de la palabra “misterio”: el misterio de la Santísima Trinidad. Y seguro que viene a tu mente esa conocida leyenda de la vida de San Agustín, ese gran teólogo y santo del siglo IV. Dicen que un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dando vueltas en su cabeza a la doctrina de la Santísima Trinidad. De repente, alzó la vista y vio a un pequeño niño, que estaba jugando en la arena. Observándole más detenidamente, vio que el niño iba y venía hacia el mar tomando con sus manos un poco de agua y echándola en un hoyo que había realizado. San Agustín, entre curioso y sorprendido, se acercó al niño y le preguntó: “¿Qué estás haciendo?”. El niño le respondió: «Quiero echar toda el agua del mar en este hoyo». San Agustín le respondió: «¡Pero eso es imposible!». Y el niño le respondió: «Más imposible aún es lo que tú estás haciendo: tratar de comprender con tu mente pequeña el misterio insondable de la Trinidad». Aunque es una historia bonita, enfatiza hasta el extremo ese misterio de Dios como si fuera un enigma casi indescifrable. Pero lo cierto es que, cuando hablamos del misterio de la Santísima Trinidad, la palabra “misterio” no significa aquí “enigma”, sino “verdad de fe”, una verdad vital para nuestra vida de creyentes. Es más, Jesús en el evangelio no ha dejado sin descifrar el misterio de Dios. Todo lo contrario, nos lo ha dado a conocer, él, el Hijo de Dios. Y lo dice Jesús en el evangelio expresamente: “Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Y precisamente nos lo ha revelado a nosotros, sus discípulos, sus amigos. Lo dice Jesús: “A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”. Y así, a lo largo del evangelio, Jesús va poniendo de manifiesto esta verdad: que tiene un Padre, que él es el Hijo y que nos dará el Espíritu Santo. Que el Padre ama al Hijo, que el Padre y el Hijo entregan el Espíritu, que los tres son de naturaleza divina, y que entre los tres se da una unidad absoluta de voluntad, y que los tres se aman con un amor eterno; se aman tanto que Jesús llegará a decir: “Yo y el Padre somos uno». Así, la fe cristiana ha confesado desde el inicio que ese Dios creador de todo, ese Dios único, ese Dios de Israel, que ha desplegado toda una historia de salvación, es ciertamente un solo Dios pero, al mismo tiempo, tres personas: Padre, Hijo y Espíritu. Es decir, el monoteísmo cristiano se resuelve en el misterio de la Santísima Trinidad. De ahí el nombre: Trinidad, tri-unidad. Tres personas, un solo Dios.

¿Crees en Dios Trinidad? Adora al Señor. Dile de corazón: “¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén!”.

En segundo lugar, quiero explicar algo de este misterio maravilloso de la Santísima Trinidad que, como hemos dicho, Cristo Jesús nos ha revelado. Ciertamente es imposible comprenderlo en su profundidad, pero sí podemos entender este rasgo maravilloso de la Trinidad: que Dios no es un dios solitario, individualista, sino un Dios comunidad. Dios no se agota en sí mismo. En su interior hay diálogo, amor compartido, espacio para el otro. Y porque este Dios es amor compartido, familia, puede salir de sí y hacer espacio para esa criatura con la que ha querido compartir su felicidad: el ser humano. Si Dios puede crearte, si Dios puede salir de sí, ser generoso, es porque en sí mismo es un misterio de amor compartido, porque en su ser hay entrega y donación. Ya el libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, escrito más de 500 años antes del nacimiento de Jesús, intuía esta verdad y, en el relato de creación, dice: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”. No dice «Haré al hombre» o “Voy a hacer al hombre», sino “Hagamos”. Dios es comunidad. Y si Dios tiene un designio para la humanidad de que seamos familia, de que vivamos unidos, de que nos amemos, de que nos donemos y compartamos es porque éste es su misterio, porque él, en sí mismo, es familia, comunidad, donación, amor entregado y recibido, un amor perfecto. Esta comunidad de amor que es Dios es, por tanto, una escuela para ti. Tú también, imagen y semejanza suya, estás llamado a vivir amando y entregándote.

Mira ahora tu vida: ¿crees que en ella estás realizando este sueño de Dios, de que vivas en plenitud la experiencia de familia, de amistad, de amor y de donación a los demás?

En tercer lugar, que Dios sea plural (tres personas) pero, al mismo tiempo, uno (un solo Dios), nos revela una verdad maravillosa: que el amor tiene el poder de hacer de cosas diferentes una sola cosa. Este amor de Dios es tan grande, tan infinito, que hace que esas tres personas sean una sola realidad. Ejemplos cercanos a nosotros los vemos en una madre embarazada: claro que ese bebé es una persona diferente a su madre, pero hay tanto amor, tanta intimidad, que casi puede decirse que madre e hijo son una sola cosa. O una pareja, más aún, un matrimonio que, como dice la Escritura, está llamado a ser una sola carne: dos personas que se llegan a amar tanto, que llegan a ser casi una sola cosa. Lo que sucede es que nosotros, por nuestra debilidad y pecado, vivimos estas cosas imperfectamente, y solo intuimos o vivimos esta verdad en ocasiones, pero Dios lo vive en plenitud en el interior de su ser. Pero tu vocación, tu llamada es que un día tú también lo vivas en plenitud. Este es el camino que Cristo ha abierto para ti. Un día vivirás tú también en esa Trinidad, envuelto por todas partes por Dios. Y participarás de su misterio. Serás tú mismo pero, al mismo tiempo, serás una sola cosa con Dios. ¿No es maravilloso?

Dale gracias a Dios por que te haya hecho partícipe de un amor, de una vida, de una felicidad y de una verdad que llena de sentido todo. Y dile: «Gracias por tanto, Señor”. 

CONCLUSIÓN

Pues que este evangelio te lleve a elevar tu mirada, a levantarla por un momento de las dificultades y quehaceres de tu día a día, y tomes conciencia así del maravilloso plan de salvación que ha llevado a cabo Dios con el ser humano, con nosotros sus hijos, contigo, conmigo, por amor.

ORACIÓN

Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu, os adoro desde el abismo de mi pequeñez. Me siento desbordado por que en mi debilidad me queráis abrazar de ese modo, por amarme sin medida, por hacerme partícipe de vuestro inmenso amor. No tendré palabras para daros gracias. Lo haré por toda la eternidad.

Botón volver arriba