Evangelio del día 19 julio 2025 (Jesús los curó a todos)

Sábado de la 15ª Semana del Tiempo Ordinario

EVANGELIO (Mateo 12, 14-21)

En aquel tiempo, al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones.

«La caña cascada no la quebrará».

No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones».

REFLEXIÓN

INTRODUCCIÓN

En el evangelio de hoy, vemos a Jesús en su actividad sanadora. Él ha venido para salvar y sanar “a todos”. Él es ese siervo humilde, paciente, como anticipó el profeta Isaías, cuya actitud no es violenta o radical, sino suave, compasiva, misericordiosa. Solo aquellos que tienen el corazón embotado le rechazan. Incluso hoy planearán acabar con él.

REFLEXIÓN Y PREGUNTAS

A propósito de este texto del evangelio de Mateo, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:

En primer lugar, el evangelio comienza diciendo: “Al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús”. ¿Qué ha ocurrido en la sinagoga? Jesús, en sábado, ha sanado a un hombre con la mano paralizada. Ya hemos recordado en otras ocasiones que en sábado no podía realizarse prácticamente ninguna tarea. Jesús, en este sentido, ha  transgredido la ley de la observancia del sábado. Esos fariseos, tan rectos en el cumplimiento de la ley, tienen el corazón tan embotado que son incapaces de reconocer a Dios actuando en Jesús. Incapaces de admirarse y de dar gloria a Dios por los milagros que salen de sus manos y por las palabras de salvación que profiere. Incapaces incluso de lo más básico: de alegrarse porque ese pobre hombre, que tanto tiempo ha padecido una parálisis, ha sido curado por Jesús. Puedes pensar: “¡Qué malos esos fariseos!”, como si esa situación siempre afectara a otros, a los malos. Pero no es así. Esta actitud de cerrazón a la acción de Dios, este corazón embotado, incapaz de alegrarse de las cosas buenas que suceden a otros, es una amenaza real también para ti. Las circunstancias de la vida, las experiencias duras que nos ha tocado vivir, el desgaste del día a día o el propio egoísmo u obstinación van oscureciendo tu corazón. Nos dice el evangelio que incluso esos fariseos planean acabar con Jesús. Pues bien, esa negatividad, esa cerrazón que hay en ti, esa crítica y ese juicio, esa toxicidad o pesimismo, también puede acabar con Jesús, puede impedir que él habite en ti y te colme de su gracia y su alegría.

Pregúntate: ¿cómo es tu actitud ante la realidad, ante tus hermanos? ¿Eres esencialmente positivo, bendices, vives en la alegría o estás a menudo envuelto en oscuridad, en pesimismo y en juicios?

En segundo lugar, en unas pocas palabras, el evangelista resume toda la actividad de Jesús, el núcleo de su misión. Dice: “Él los curó a todos”. Jesús, el Hijo de Dios, ha venido a traer a Dios al mundo. Y cuando Dios se hace presente, ejerce su poderío, su señorío, sanando, curando, liberando, trayendo paz y alegría, y no a unos pocos escogidos, a los justos, a los puros, sino a todos. A Jesús, por tanto, no le detienen ni las críticas más duras, ni siquiera el hecho de que estén planeando acabar con él. Él ha venido a sanar y lo seguirá haciendo hasta el final.

Mírate ahora a ti. ¿Tu vida, tus palabras, tus acciones son sanadoras, como las de Jesús? ¿O, más bien, constantemente haces daño y hurgas en la herida con enfados y juicios? ¿O quizá es tu falta de compromiso la que impide que hagas algo sanador y liberador?

En tercer lugar, dice el evangelista que Jesús sanaba a todos. Y añade: “Mandándoles que no lo descubrieran”. Jesús no sana para ser reconocido o admirado. Nada tiene él que ver con ese mesías rey que esperaban los judíos. Él es el mesías, el enviado definitivo de Dios, pero no ha venido para ser coronado, sino para servir humildemente, calladamente, con esa sencillez, discreción y suavidad tan propia del verdadero Dios, un Dios Padre bueno. Por eso San Mateo cita al profeta Isaías, que siglos atrás define a Jesús maravillosamente con seis características. Uno, dice: “Mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco, en su nombre esperarán las naciones”; es, por tanto, el enviado, el Hijo amado de Dios en quien halla sus complacencias. Dos, dice:  “Mirad a mi siervo”; Jesús ha venido a servir. Tres: “Sobre él pondré mi espíritu”; a Jesús le mueve, no su orgullo o su proyecto, sino el Espíritu de Dios, el Espíritu de la paz, el Espíritu de la misión. Cuatro: “Para que anuncie el derecho a las naciones, hasta llevar el derecho a la victoria”; Jesús ha venido para anunciar la salvación a todos los pueblos, una salvación universal. Cinco: “No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles”; es humilde y su misión se desarrolla calladamente, como dirá la Carta a los Filipenses: “Pasando por uno de tantos”. Y seis, dice: “La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará”; esa salvación la trae Jesús, no con severidad,  no con dureza, sino sanando, consolando, con compasión y misericordia.

Párate. ¿Te pareces tú algo a este Jesús profetizado por Isaías, lleno de autenticidad, de humildad, de compasión?

CONCLUSIÓN

Pues que este evangelio te lleve a abrir tu corazón a Dios para que lo transforme desde dentro y lo torne en un corazón de carne, compasivo, y puedas colaborar así con Jesús, que quiere seguir sanando y salvando.

ORACIÓN

Señor Jesús, estoy a años luz de parecerme a ti. En mí se cuelan fácilmente la vanidad, los egoísmos, mis planes personales, la falta de compromiso y de sensibilidad con los sufrimientos de mis hermanos. Por eso te pido que me enseñes a amar, a ser misericordioso como tú, Jesús.

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