Evangelio del día 21 mayo 2025 (Yo soy la verdadera vid)

Evangelio y Reflexión

EVANGELIO (Juan 15, 1-8)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

«Permaneced en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos».

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

REFLEXIÓN

INTRODUCCIÓN

Jesús continúa con su discurso de despedida. Antes les ha dicho: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Esa comunión de vida que ha establecido Jesús con los suyos va a expresarla ahora, en el evangelio de hoy, con una imagen bellísima de honda raíz bíblica: la de la vid y los sarmientos.

REFLEXIÓN Y PREGUNTAS

A propósito de este texto del evangelio de Juan, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:

En primer lugar, como ya he anticipado, esta imagen de la vid y los sarmientos tiene un gran trasfondo bíblico. En el Antiguo Testamento, concretamente en los profetas Oseas, Isaías, Jeremías o en los libros de los Salmos o del Cantar de los Cantares, la viña del Señor es el pueblo de Israel. Inolvidable ese Salmo 80, que bellamente dice: Dios del universo, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña. Cuida la cepa que tu diestra plantó. Lamentablemente, aunque esa viña de Israel fue cuidada por el Señor con todo el amor, no dio más que agrazones, es decir, fruto malo. Ahora la vid es Jesús; no solo él: Jesús y los creyentes, que constituyen el nuevo Israel, es decir, la Iglesia. Antes Jesús había dicho algo parecido: que ese maná que Dios dio a Israel no era el verdadero pan; que el pan verdadero, el pan del cielo es él. Pues bien, ahora dice que esa viña de Israel no era la vid verdadera, sino él: Yo soy la verdadera vid

Pregúntate: ¿experimentas en tu vida que Jesús lo hace todo nuevo, que él trae a tu vida lo mejor y definitivo?

En segundo lugar, dice Jesús: “Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”. Estate unido a Cristo porque sin él no puedes dar fruto. Lo dice tajantemente el Señor: “Sin mí no podéis hacer nada”. Pero si estás en él, si vives en su amor, darás fruto abundante y gloria a Dios. Así lo dice Jesús: “Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante”. No se trata solo de creer en Jesús, sino de vivir con él, de vivir como él, de dar fruto. Para lo cual tienes que dejar que la savia de Jesús, de su Santo Espíritu, te alimente. Insisto: no vale estancarse, hay que dar fruto, hay que crecer. Y en esa lógica de Jesús, el crecimiento siempre implica renuncia, esfuerzo, superación, incluso muerte. Ya había dicho Jesús algo semejante con esa imagen suya del grano de trigo, que para dar fruto ha de romperse, ha de morir. Pues bien, ahora dirá algo semejante con la vid y los sarmientos:Todo el que da fruto, el Padre, el labrador, lo poda, para que dé más fruto”. No se refiere a castigos o exigencias, sino a la misma dinámica del amor, que implica dejar atrás comodidades y egoísmos, desinstalar el corazón, descentrarse para en todo amar y servir. Es la poda del egoísmo para que sirvamos y demos fruto.

Pregúntate: ¿estás en crecimiento, das fruto, o te has instalado y detenido en tus egoísmos?

En tercer lugar, Jesús insiste una y otra vez en un verbo: «permanecer. Lo repetirá una y otra vez, hasta once veces, en su discurso: «El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante”. Ese permanecer no habla de una realidad estática, menos aún de una realidad externa, sino de una profunda comunión, de un amor. Se trata de que vivas en Cristo, con él y en él en todo. Un permanecer”, además, que no es automático, sino que requiere iniciativa de tu parte, exige de ti que le busques, que seas fiel. Pero que tampoco es una ética, es decir, un cumplir, un mero hacer, sino una mística, un vivir con él amándole. Quien no permanece en él, simplemente se agosta, se seca. Lo dice Jesús drásticamente: “A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden”. No se está hablando aquí de un castigo o del infierno, sino de lo que sucede cuanto te vas lejos de Dios. La parábola de hijo pródigo nos había dicho que ese hijo sintió hambre al irse a un país lejano. Pues bien, ahora Jesús con estas imágenes está diciendo que, al margen de Dios, todo se seca, todo carece de sentido. Algo semejante dijo también Jesús de la sal, que si se vuelve sosa solo sirve para tirarla fuera y que la pise la gente. En definitiva, sin Dios no habrá alegría profunda y duradera en ti, ni sentido, ni esperanza verdadera.

Pregúntate entonces: ¿permaneces en Cristo Jesús? ¿Tienes con él una relación personal, profunda, mística, que hace que circule por tu vida la savia de su alegría y de su esperanza?

CONCLUSIÓN

Pues que este evangelio te lleve a buscar más y más a Jesús y a permanecer unido a él, en el encuentro con él en la oración y en la eucaristía; y, unido a él, des fruto abundante de amor y de servicio.

ORACIÓN

Señor Jesús, muchas veces me he separado de ti y entonces he experimentado que me faltaba la savia, la vida, el sentido, la paz, la alegría. Hoy te pido que me llenes de ti. Concédeme el don de permanecer unido a ti y que mi vida así no quede infecunda, sino que dé mucho fruto.

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