Evangelio del día 15 agosto 2025 (Asunción de la Virgen María)

Evangelio y Reflexión

EVANGELIO (Lucas 1, 39-56)

En aquel tiempo, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

«El Poderoso ha hecho obras grandes en mí».

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa.

REFLEXIÓN

INTRODUCCIÓN

Hoy, día 15 de agosto, la Iglesia celebra la gran fiesta, la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Una fiesta enorme en miles de ciudades y pueblos, no solo de España e Hispanoamérica, sino de todo el mundo. Pero esta solemnidad de la Asunción, no solo es una oportunidad preciosa para honrar a nuestra Madre y manifestarle nuestro amor y veneración, sino para tomar conciencia de que esta verdad de fe contiene también una verdadera buena noticia para nosotros.

REFLEXIÓN Y PREGUNTAS

A propósito de este solemnidad de la Asunción, me gustaría compartir contigo tres reflexiones:

En primer lugar, me gustaría acercarme brevemente a esta verdad de fe, a este dogma de la Asunción, que no debe confundirse con la Ascensión, ya que la Ascensión se refiere a Jesús que, cuarenta días después de su resurrección en presencia de sus discípulos, ascendió al cielo. La Asunción, que celebramos hoy, es un dogma de fe que se refiere María. Ella, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial. El primer testimonio de fe en la Asunción aparece en relatos de los siglos II y III. Poco a poco, junto a una larga y profunda reflexión, se llegó a la fe en la elevación gloriosa de la Madre de Jesús en alma y cuerpo. Y, de hecho, se instituyeron en Oriente las fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción. Desde Oriente pasó a Occidente con gran rapidez y, a partir del siglo XIV, se generalizó en toda la Iglesia. Antes de que fuera definida dogmáticamente, la Asunción constituía una verdad casi universalmente aceptada y profesada por la comunidad cristiana en todo el mundo. Fue en 1946 cuando el papa Pío XII promovió una consulta universal a los obispos y, a través de ellos, a los sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre la posibilidad de definir esta verdad dogmáticamente. La respuesta de esos miles de obispos de todo el mundo fue prácticamente unánime: sí, afirmativo. Por eso, el 1 de noviembre de 1950, el papa Pío XII publicó la Constitución apostólica Munificentissimus Deus en la que solemnemente decía: “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. En resumen, que la asunción corporal de la Santísima Virgen María al cielo es una verdad revelada por Dios y, por tanto, debe ser creída firme y fielmente por todos los cristianos. Aunque el Nuevo Testamento no afirme explícitamente la Asunción de María, ofrece ciertamente su fundamento, porque nos deja muy claro que la unión de María con el destino de Jesús fue total. Si María estuvo perfectamente unida a Jesús en su vida y en su obra, no cabe duda de que también compartió su destino celeste en cuerpo y alma.

Pregúntate tú ahora: ¿crees, como cristiano, esta verdad de fe?

En segundo lugar, quiero adentrarme en el sentido profundo de este misterio, de esta verdad de fe de la Asunción de María. Decir que María fue asunta al cielo en cuerpo y alma es afirmar que su muerte no estuvo afectada por el pecado y sus consecuencias. En este sentido, el dogma de la Asunción está íntimamente unido al dogma de la Inmaculada Concepción, por el que confesamos que María no estuvo dañada por ese pecado original, esa ruptura profunda que afecta a todo ser humano. Si María no estuvo dañada por el pecado, su muerte tampoco fue una ruptura; su cuerpo y su alma, la totalidad de su ser, se convirtió inmediatamente, plenamente, en un cuerpo glorioso. María pasó así a gozar totalmente de la resurrección, de la gloria de Dios. Su muerte, por tanto, no fue muerte como la entendemos nosotros, un dolor, un daño, un aguijón, un salto vertiginoso, sino una dormición, un paso, una asunción de todo su ser por parte de Dios. Otra cuestión que hay que añadir, aunque no sea la más importante, es que el pueblo de Dios entendió desde el inicio, con claridad, que el cuerpo bendito de María, inmaculado, no dañado por el pecado original, atravesado únicamente de bondad, fidelidad, de un sí perfecto a Dios, no podía descomponerse, pudrirse. Un signo claro de esta verdad es que jamás la comunidad cristiana, ni nadie, ha venerado el sepulcro de María o ha afirmado que estuviera en algún lugar.

Ahora medita: ¿sientes tú que el pecado te rompe, te daña, te afecta y sufres sus consecuencias?

En tercer lugar, y después de decir todas estas cosas, quiero insistir en que la Asunción de María al cielo en cuerpo y alma es ciertamente una verdad de fe, un dogma que tiene que ser ciertamente creído. Pero, como dogma, contiene siempre una buena noticia, un motivo de esperanza para ti. Aunque la Asunción, aunque esta participación singular de María en la Resurrección de su Hijo, es un privilegio singular suyo, es también una anticipación de tu resurrección. Un día Dios  actuará de  igual  modo contigo. Si no te cierras a su infinito amor, serás transformado y asumido plenamente por Dios, todo tu ser, sin daño alguno de pecado, de tristeza o de muerte. En resumen, este dogma encierra una doble buena noticia: que tú también resucitarás y vivirás en Dios plenamente, como Jesús, como María; y que ese pecado, ese egoísmo, esas heridas que hoy te rompen, no son parte esencial de tu ser, no te constituyen, un día serán destruidas, completamente superadas, para que, como María, junto al Señor Jesús, junto a los tuyos, participes de esa Vida plena que un día Dios soñó para ti y que no se acabará jamás.

CONCLUSIÓN

Pues que esta solemnidad de la Asunción, que es un signo de esperanza para todo cristiano, renueve tu fe en la resurrección, en el poder de Dios, y también tu amor a María. Que tú también, como ella en el evangelio de hoy, con ese precioso Magníficat, puedas decir de corazón: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha hecho obras grandes en mí”.

ORACIÓN

Señor Jesús, gracias por querer hacerme partícipe, como a tu madre María, de la plenitud de tu vida, de tu resurrección, de tu amor. Hoy te pido su intercesión maternal. Que su amor, que tú conoces bien, se derrame en mi corazón, para que, como ella, pueda decirte con sinceridad: “Heme aquí. Hágase en mí según tu Palabra”.

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