Dice Jesús en el evangelio: «Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz» (Lucas 8, 16).
Jesús llama la atención sobre lo ridículo que es encender una lámpara para después taparla con una vasija o meterla debajo de la cama. Las lámparas se encienden para ponerla en lo alto, en el candelero, para que alumbren a todos los de casa.
Dios contigo ha encendido también una lámpara. Créetelo: esta luz, esta lámpara, eres tú. Por el bautismo eres portador, no de una luz tenue, sino de la luz radiante de Cristo Jesús: estás llamado a brillar como el sol. ¡Y cuántas veces anulas esta luz, que está en ti, ocultándola bajo vasijas de orgullo, de pecado, de juicios, de antitestimonio o, simplemente, del qué dirán!
Hoy el Señor te dice: ¡sé mi luz! Esa alegría, esos dones que te he dado, ponlos al servicio de los demás, ¡que alumbren tanta oscuridad!