A lo largo y ancho del evangelio aparece la sorpresa y la admiración del pueblo por Jesús. Lo oímos de muchas maneras. En unos pasajes se nos dice que exclamaban «nunca vimos cosa semejante», «nunca oímos a nadie hablar de semejante manera», «querían coronarlo rey», etc.
Jesús no habla como los escribas y fariseos, sino con autoridad. Y su autoridad no es un ejército ni un poder económico, sino su autenticidad: lo que dice lo hace, su ser es veraz; Jesús es sincero, creíble, tiene un poder de atracción sin igual y, por si fuera poco, realiza obras prodigiosas.
¿Hace cuánto tiempo no te admiras y te emocionas con Jesús?
¿Hace cuánto no le renuevas tu amor y le manifiestas tu disposición a ser enteramente suyo?
¿Cuánto tiempo hace que no te sientes afortunado por ser su amigo y su hermano?
Mira a los ojos de Jesús y emociónate con su ser, con su personalidad fascinante y con que se haya fijado en ti para que seas seguidor suyo, uno de sus favoritos
Pero no te engañes: tras destacar la grandeza y genialidad de Jesús, conviene que seas realista. Dice el evangelio: «el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres».
La vida de Jesús no transcurre por un camino de rosas. Su fidelidad al Padre, su autenticidad, su entrega a los últimos… le costará la vida. El mundo no soporta la verdad y el bien. Jesús, el Hijo de Dios, será condenado, torturado, crucificado.
¿Eres consciente de que seguir a Jesús supone cargar con la cruz?
¿Has experimentado la incomprensión o rechazo por ser cristiano?
Si tu vida es demasiado cómoda, si tu fe no te acarrea ningún problema, quizá debas preguntarte si hay algo que no estás haciendo bien.